Esta historia narra el positivismo de una persona que no puede mover sus piernas y que quiere comerse el mundo y así como lo desea lo hace. Somos dueños de nuestras vidas y podemos hacer de ella una maravilla y eso es lo que en definitiva me gustaría mostrar con esta novela.

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Y nos llaman locos

SINOPSIS

Y nos llaman locos se desarrolla en Inglaterra. Ella Harris es una canaria que ha decidido ir a buscarse la vida a Londres. Está pasando por varios episodios importantes para su crecimiento personal y es entonces cuando se da cuenta de que el ser humano tiene el poder de conseguir todo lo que se proponga.
Caerse siempre será necesario; quedarse en el suelo, no. En ese momento decide aliarse con la felicidad, lo que hace que cada día le ocurran un sinfín de cosas buenas que ella misma y su actitud han hecho posible. Pero lo mejor está por llegar: aparece en su vida Alex Smith, un chico parapléjico del que se enamora locamente y le hace descubrir sensaciones hasta ahora desconocidas para ella.
Y nos llaman locos es la primera novela publicada de esta joven escritora canaria, una mujer luchadora a la que nada se le resiste en esta vida.

CUBIERTAS

Cubiertas de Y nos llaman locos - Bedelia Suarez

Cubierta de: Y nos llaman locos

BIOGRAFÍA

Bedelia Suárez López nació el 18 de julio de 1990 en Las Palmas de Gran Canaria. Veinticuatro años de energía, de amor por lo que hace y de proyectos que hacer realidad. Licenciada en Traducción e Interpretación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y profesora de inglés aunque no en activo. Sin embargo, no duda de que algún día le brindarán la oportunidad de ser una profesora diferente con mucho que transmitir y que enseñar porque ganas no le faltan. En el año 2012 decide irse un año a Inglaterra, algo que se había propuesto el día que comenzó su carrera. Aprender, trabajar y viajar. El resultado fue la alegría personificada que hoy en día sigue apoderándose de ella.
Ciertamente, desde pequeña se sintió atrapada por la literatura. La inspiración siempre la acompañaba y no tardaba más que unos minutos en crear una historia. Años más tarde, dejó de escribir para sí misma y decidió mostrarle al mundo lo que ya no podía guardarse. Pensó que, del mismo modo que ella necesitaba sonreír y aprender mediante las letras, quizás alguien podría encontrar respuestas o sentirse identificado con lo que ella escribía. Ayudar siempre está en el camino. Durante su estancia en Inglaterra creó Lo que esconden las sonrisas, un blog de pequeños relatos. Al mismo tiempo, se propuso soñar con la historia de su vida y de ello nació su primera novela, Y nos llaman locos, una obra romántica con la que ha viajado durante dos años y medio y que ahora sale a la luz.
 

DEGUSTA LA HISTORIA

Primer plato

La idea de irme a Inglaterra rondaba por mi cabeza desde que empecé a estudiar Periodismo. Llevaba años estudiando inglés y me apasionaba. Este proyecto cobró fuerza durante el último año de carrera: el estrés, las ganas de acabar, las mismas caras amargas cuan café sin azúcar… La gente estaba estancada, era sumisa, mentirosa, imprudente, cara dura. Estaba cansada. Por si fuera poco, a eso se sumó una ruptura amorosa. Si te hubiera ocurrido lo mismo, estoy segura de que hubieses cogido conmigo el vuelo en ese mismo instante.
Me enamoré.
No era mi primer amor, pero dejó su huella impregnada en mi piel como un sello que decía «marcada para siempre». Y te jodes. De ese bucle no sales.
Álvaro era un chico de ojos verdes, moreno y alto, no mucho, pero sí mucho más que yo. Estudiaba Psicología. Inciso: no te cases con un psicólogo. Nunca. Jamás. Desde el momento en el que confiese, sal por la ventana. Quedas avisado.
Me besó un día, me dejó en la boca un sabor fresa, me subió a la estratosfera, me dejó ahí y se subió en un globo aerostático dirección a la tierra sin mí. Eso me dolió tanto que justificaba cada una de sus acciones porque me decía que me quería y que quería sostenerme para que la caída a los matorrales fuera menos dura, pero eso solo hacía que me mantuviera en mi confortable estratosfera.
Álvaro y su sonrisa. Y la mía. Las dos juntas.
Un chico en el que jamás me hubiera fijado si él no se hubiera fijado primero en mí. Nos conocimos en la residencia de la universidad. Tuvimos nuestra pequeña historia. Una aventura que duró poco oficialmente hablando y bastante más después de diez besos con sabor a fresa. Fue el primer chico que me vio con otros ojos. Se derretía cuando me veía y, lo que es más, Álvaro me quería. Me quiso en su momento. Enloqueció durante semanas por tenerme a su lado. Luego recordó que era psicólogo y yo lo hubiese encerrado unas horitas en el manicomio. HONESTLY!
No conseguimos encajar. Era raro. No conseguía entenderlo por muy claro que pareciera hablar. No nos entendíamos. Se rompió en pedazos lo que nos unía y las piezas de lo que fue acabaron destrozándonos.
Me costó cerca de tres años olvidarlo. Pensé que nadie lo sustituiría, que iba a seguir recordándolo siempre. Pensé que jamás podría querer y desear como lo quería y lo deseaba. Pensé que me tocaría estar con otro y seguir pensando en él. Aun en Inglaterra, me venía a la memoria y, aunque quisiera evitarlo, de repente me encontraba pensando en él. Yo no lo elegía. Lo que más deseaba era borrarlo, pero eso me costó un tiempo.
El que yo creía que era el amor de mi vida, pero no. Definitivamente, no podíamos hacernos felices.
Después de un tiempo puse un punto y final. Me encontré a mí misma y descubrí infinidad de cosas sin necesitar la espalda de un hombre. Me di cuenta de la de errores que cometía dándome de esa manera. Fue el principio de millones de experiencias, de un paraíso de soledad que se abría ante mis ojos. En definitiva, fue el comienzo de una etapa que quise vivir sola, sin fantasías ni ilusiones que no dependieran de mí. Entonces empecé a ser feliz porque sentía por mí y solo por mí y, por un tiempo, no quise sentir por nadie más.

Segundo plato

Los padres de Alex nunca quisieron abandonar Dublín. Visitaban con mucha frecuencia a sus hijos. Les gustaba Londres, pero tenían toda su vida, sus trabajos y sus amigos en Alemania. Helen y Brandon no pudieron evitar intentar convencer a Alex de que volviera a casa tras su accidente. A Helen se le hacía complicado no poder controlar cada minuto de su hijo, cada escalera en la que pudiera tropezar, cada paso de peatón que no se respetara, cada respiración. Brandon, según me había contado Alex, era más reservado. Con una mirada era capaz de decir «tú sabrás lo que haces». No articulaba palabra. En el fondo sabía que sus hijos acabarían encontrando la luz por sí mismos. Ese era el mejor regalo que quería dejarles: la habilidad de desenvolverse en la vida sin ayuda de nadie.
Alex siempre lo agradeció. Su esfuerzo era doble, aunque él siempre me lo negara. No le gustaba hablar mucho de cuánto le podían costar las cosas o de las veces que se podía perder en el centro comercial buscando el ascensor y de las miradas de las personas dándole paso. En la calle todo era diferente. Más duro aún. Ahí no se perdía, pero sí entre la gente.
No lo veían. No lo querían ver. A veces llegaba a casa de mal humor porque había tardado media hora en cruzar una calle «because it was so crowdy, Ella. You wouldn´t believe! No one let me cross to the other side. Shit! Are they blind?».
Yo nunca me enternecí delante de él. Nunca le hice entender con palabras que podía con todo y que yo estaba ahí para abrirle paso en ese paso de peatón y para que el camino hacia el ascensor se le hiciera más ameno en el centro comercial. Darle todo hecho a alguien es hacerlo más débil, así que yo solo lo ayudaba cuando estaba cansado y me pedía con los ojos que fuera con él. Cuando estábamos en un extremo en el que necesitaba mi ayuda, lo sabía y se la daba. De resto, Alex podía hacerlo todo. Era sobrenatural. Yo lo sabía.
Pero nunca se lo decía.
−Había mucha gente, Ella. ¡Ni te imaginas! Nadie me dejaba cruzar. ¡Joder! ¿Es que son ciegos.

El postre

Alex decidió no privarse nunca de nada. «No me hacen falta piernas para comerme el mundo», era algo que solía decirme.
Me encantaba. Me llenaba la vida. Me la desordenaba. Me la volvía a ordenar. Le encantaba verme caminar. Eso lo descubrí un día que estuvo como quince minutos mandándome a la cocina a por agua, a por papas, a por un vaso… Cuando me percaté, me paré, me di la vuelta y empezó a reírse como un loco.
−¡Alex! ¿Eres tonto, tío?
No paraba de reírse.
−Me encanta verte caminar. Cómo te contoneas. Ese pantalón te queda muy bien. Me gusta como te marca el culo. Tus caderas también… sobre todo cuando vas a coger algo de la estantería y se te sube la camisa. Me pasaría toda la vida poniéndote cosas en alto para ver cómo se te levanta la camisa. Pero claro, la silla de ruedas me ha jugado una mala pasada. Seguimos… ¡Ah, sí!.. Tu pecho. Deduzco que una 90. Tu pelo. Suéltatelo. Ese pelo merece que lo dejes suelto…
−Alex…
−Pues eso. Entre otras muchas cosas, me encanta verte caminar. Pequeñita, elegante, mujer…
Me reí. Estaba loco.
−¡Para!
−¿Por qué? —me dijo riéndose.
−Porque vas a pagar las consecuencias.
−A lo mejor me gustan las consecuencias. ¿Puedo tocar las consecuencias?
−Muy bien. Tú lo has querido.
−¿Y mis consecuencias, rubia?

 

Química Industrial Mediterránea S.L.U.


 
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4 comentarios

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    Plácido Checa

    Felicidades, Bedelia. Nunca había visto una lluvia de mecenas tan abundante como la de tu novela. Espero que tu éxito crezca tan rápido como están creciendo tus seguidores mecenas. Verás que va a ser cierto eso de que consigues todo lo que te propones… Suerte, mucha suerte.

    Hace 10 años Responder

    • avatar
      Bedelia

      Muchas gracias Plácido. La ayuda de ustedes es esencial para lograr todo esto. Me siento muy afortunada.

      Hace 10 años Responder

  • avatar
    Mª Carmen lópez Machin

    Solo te deseo que tu sueño se haga realidad,que has disfrutado mucho haciendo lo que te gusta,y que no cambies nunca esa fuerza de voluntad que tienes.Te quiero mi niña,y estoy muy orgullosa de ti.

    Hace 10 años Responder

  • Pingback: Suponer, creer y crear. | Lo que esconden las sonrisas

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